La arquitectura se ha estudiado frecuentemente a través de las trayectorias de los arquitectos y, últimamente, de las arquitectas. Algunos tienen un sello clarísimo y una visión personal de la arquitectura y del espacio que podría llamarse “estilo”, si tal concepto estuviera aún en uso. Por poner algún ejemplo, se puede identificar un edificio de Javier Carvajal o de Campo Baeza simplemente de un golpe de vista. Sin embargo, propongo aquí una nueva mirada: desde el punto de vista de los promotores.
Ha habido promotores con un especialísimo ojo para elegir profesionales y fomentar cultura, incluida la no sooamente la arquitectónica. Unos quizá por intuición, otros por conocimiento y sensibilidad, han sabido tocar la tecla exacta para facilitar obras que han enriquecido el patrimonio, contribuyendo de esa forma a la sociedad en la que viven. Más que compilar nombres de arquitectos reconocidos, lo suyo era -o es- una especial apuesta y riesgo para facilitar el trabajo de creadores cuyo talento aún era desconocido y darles oportunidad de desarrollarlo.
Siempre me sorprendió con enorme admiración cómo los creadores y administradores de los almacenes Bijenkorf, en los Países Bajos, habían contratado para construir sus edificios a Van Straaten y Lubbers en Amsterdam en 1914, a Piet Kramer en La Haya en 1926, a Willem Dudok en 1929 para los grandes almacenes en Róterdam y, tras su destrucción en la guerra, un nuevo edificio en 1957 a Marcel Breuer y Abraham Elzas y finalmente en 1969 para su edificio en Eindhoven contrataron a Gio Ponti y Boosten (un toque mediterráneo, debieron pensar). Todos arquitectos de diferentes trayectorias y puntos de vista, pero igualmente interesantes. Los primeros edificios eran -son- un compendio de artes aplicadas en sus vidrieras emplomadas, las esculturas y relieves de la fachada, los trabajos interiores de carpintería, la decoración de las escaleras… en fin, una auténtica satisfacción admirarlos porque, al menos en su exterior, aún podemos contemplarlos como lo hicieron sus coetáneos en su inauguración en 1926. Al mismo tiempo, la tipografía y el estudio de su logo (una colmena, que es el significado de la palabra bijenkorf) son otra fuente de arte nada superficial, cuidadosamente adaptada a los tiempos. ¡Qué tino para buscar profesionales!
Otro notable ejemplo es el de la familia Kröller-Müller, también en los Países Bajos. Su colección de arte comenzó exhibiéndose en una villa neoclásica de La Haya. Más adelante, y en el Parque Nacional Hoge Veluwe, Hendrick Pietrus Berlage, que ya les había realizado varios encargos, construyó el pabellón de caza Sint Hubertus para los señores Kröller-Müller en 1915. Para albergar la colección de arte moderno de la Sra. Müller acudieron a un jovencísimo Mies Van der Rohe (que finalmente no construyó), a Henry Van de Velde, a Gerrit Rietveld y más adelante se incluyó en su colección a Aldo van Eyck y Wim Quist. Todo esto en un paisaje tan excepcional como las piezas de arte que contiene.
En España, a poco que se bucee en la segunda mitad del siglo XX, aparece un apellido: Huarte. La empresa comienza vinculándose a la mejor arquitectura de su tiempo desde la construcción del Frontón Recoletos, de Zuazo y Torroja, en 1935 en Madrid. En 1952 promueven el edificio Huarte, en la madrileña Castellana esquina a Paseo de La Habana, con el arquitecto Felipe Heredero Igarza. Con su tratamiento monumental, sus relieves en la fachada alusivos a los aspectos artísticos y técnicos de la profesión y su fuente de peces articulando el ángulo, es un edificio notable y que define su tiempo.
Más adelante, aparece Huarte promoviendo los encuentros de música de vanguardia en los 60 y 70, la escultura, el cine y las artes plásticas, arriesgando por la modernidad en todos los campos. Dentro del catálogo DoCoMoMo se encuentran los edificios diseñados en Pamplona en 1959 y 1963 por los arquitectos Fernando Redon Huici y Javier Guibert. Dicen que el hito de las madrileñas Torres Blancas (finalmente una sola y no blanca) de 1961 fue una muy personal apuesta del empresario por Javier Sáenz de Oiza, quien también diseñó para la familia una casa en Mallorca en 1968. La casa Huarte, de José Antonio Corrales y Ramón Vázquez Molezún de 1966 en Puerta de Hierro (Madrid) es también un testigo de lo mejor de la arquitectura residencial. Este significativo interés por la modernidad aparece hasta en las tipografías y en los anuncios publicitarios, que son un testigo y contienen toda la carga estética de esos años. Cuando existe sensibilidad, ésta se muestra en todos los campos.
La arquitectura es un arte colectivo. Nada tan lejos de su realidad como el Howard Roark de El Manantial. Gary Cooper aquí no encaja. Han de darse muchas circunstancias para que se produzca una obra arquitectónica, han de colaborar muchas intenciones, y algunas veces hay confluencias especialmente notables. Estos ejemplos quizá sean limitados, son una simple pincelada de acercamiento propia de una mirada parcial y subjetiva. Probablemente haya más ejemplos y más exactos. Pero merece la pena seguir por este camino de búsqueda.
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