La frase “salvemos el planeta” está mal planteada e induce a confusión. Ya se ha dicho mucho sobre lo equivocada y pretenciosa que es esa idea de que los seres humanos somos el centro del planeta, o incluso del universo, lo que se conoce como antropocentrismo. La verdad es que no está en nuestras manos salvar el planeta, porque el planeta no necesita que lo salven de nada. Lo que sí podemos —y debemos— hacer es corregir el daño que nosotros mismos provocamos porque, al final, esos efectos negativos nos afectan directamente a nosotros.
La expresión, ampliamente difundida, de “la salud del planeta” alude a un estado deseable de equilibrio entre los seres animales, vegetales y minerales, por mencionar simplificadamente la taxonomía de Linneo. Sin embargo, esta noción tiende a desvirtuarse cuando se simplifica. El planeta no es un ente susceptible de enfermar o sanar; es una compleja interacción de procesos físicos, químicos, gravitatorios, entre otros, que continuarán operando con independencia de la acción humana. Los impactos ambientales derivados de nuestras actividades son irrelevantes para el funcionamiento del planeta en sí, le traen al pairo, y continuará transformándose, aunque ello implique la desaparición de unas especies y la aparición de otras. En realidad, los que estamos en riesgo somos los seres vivos, algunos más que otros, como consecuencia directa de la actividad antropogénica.
Por ello, cuando se afirma “hay que salvar el planeta”, en realidad debería expresarse como “debemos proteger a los seres humanos” o formulación equivalente, ya que son precisamente algunos sectores de la humanidad —como ya estamos comprobando— quienes sufren las consecuencias de ciertos desastres provocados por nuestra propia actividad y uso inadecuado de los recursos. La frase “salvemos el planeta” nos devuelve, una vez más, a una visión antropocéntrica, basada en la errónea percepción de que el planeta nos pertenece, y algo hemos de hacer con él. La realidad es opuesta: somos nosotros quienes dependemos del planeta para vivir y sobrevivir, mientras que él no nos necesita en absoluto.