La fructífera relación entre arte y arquitectura del siglo XX.
Utilizamos este patrimonio, pero no nos fijamos.
El portal seguiría siendo un portal sin las hojas de colores del friso de la pared. El Ministerio seguiría funcionando sin las esculturas de las estaciones del año en su fachada. La puerta se abriría igual con un pasamanos de catálogo industrial convencional que con ese bronce tan especial. Sin embargo, alguien tuvo la decisión de gastar presupuesto en ello, en el detalle, en el ornamento, en aquello que no es imprescindible. Lo utilizamos a diario, pasamos por delante, quizá nos acostumbramos a su presencia. A lo mejor alguno ha reflexionado o se ha parado a mirarlo. Es arte aplicado a la arquitectura. Es eso que vemos, pero que no miramos.
Alguien apostó por lo especial.
Alguien pagó el friso, las esculturas, los pomos. Pudo habérselos ahorrado, pero no lo hizo. Y contrató a un artista, unas veces anónimo, otras veces reconocido, que aportó su peculiar visión para satisfacción del observador y, además, dejó constancia de la estética de su tiempo. En el siglo XX, y especialmente las décadas 50-60, arte y arquitectura tuvieron una estrecha relación. Era bastante frecuente la colocación en los edificios de piezas artísticas en lugares predominantes de la fachada o del interior. Portales y vestíbulos dan buena muestra. Esto sucedía especialmente en los edificios representativos: ministerios, centrales bancarias, grandes oficinas, corporaciones… También en viviendas, y no solamente de una alta burguesía como pudiera pensarse, sino también en las de clase media o bloques urbanos relativamente modestos.
Una relación extensa y enriquecedora
La colaboración entre arquitectura, las otras bellas artes y las artes industriales fue bastante común. La escultura era quizá la expresión artística más visible, en forma de bajorrelieve, o frisos y murales. Pero también hubo otras muchas formas en los límites difíciles de precisar entre escultura, pintura y otros muchos oficios y artes. Se aprecia en vidriería, cerámica, mosaico, solados y cerrajería en todas sus facetas. Su presencia es evidente algunas veces, pero otras es muy discreta y sutil. La apreciamos en pasamanos, en aparatos de iluminación, en el pavimento, en el mobiliario, la decoración….
Hubo una buena época para el arte aplicado a la arquitectura
Fue un momento -largo, quizá cuatro décadas- en el que esos oficios produjeron conjuntos armónicos y de gran interés en todo lo que abarca un espacio arquitectónico. Todavía había restos de una sociedad artesanal que se estaba transformando en industrial. La sensación de que esta colaboración comenzó a desaparecer en los años 80, hasta estar hoy casi olvidada, merecería un análisis en profundidad. Habría que conocer las causas que hicieron decaer esta enriquecedora relación entre arte y arquitectura del siglo XX, y obtener conclusiones para nuestra arquitectura actual.
Apreciemos el arte aplicado que ya tenemos.
Si fijamos nuestra atención en los espacios públicos, las fachadas y portales que disfrutan de este arte aplicado, veremos obras de diferente calidad. Los límites entre arte y buen oficio no son siempre claros. Unas piezas son modestas y otras geniales; unas veces figurativas, otras no; unas artísticas, otras resultado de pericia y buen oficio, pero siempre valorables. Artistas muy reconocidos participaron en esta colaboración. Entre ellos, por citar algunos, Miró, José Luis Sánchez, Viola, Amadeo Gabino, Ángel Ferrant, Lapayese, Vázquez-Molezún, César Manrique, Susana Polac, Durán-Lóriga. Otros muchos nos son aún desconocidos. ¿Quién hizo ese pasamanos, esa vidriera, ese modesto mosaico? ¿Quién diseñó esa lámpara y quién preparó ese dibujo de terrazo en el suelo que hacen tan distinto un portal de otro? ¿Quién aplicó su habilidad, su maestría su buen oficio, para que hoy, cincuenta años después, podamos seguir disfrutándolo?
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